No me hace falta
llorar, ya las calles lloran por mí.
Una montaña rusa permanente, en dónde las bajadas son peores
que las subidas. Grito para descargar adrenalina, pero de poco sirve, pues una
subida me presagia que la caída será peor. ¿Y la noria? Te lleva hasta las
nubes, sientes el frescor, el placer de que nada puede ir mal, pero bajas y
esta vez lo que sientes es el frío de las sonrisas, de los abrazos que
perdieron su calidez aquella vez en donde subieron tan alto que cuando cayeron,
no protegieron sus almas contra su pecho.
Por eso opté por los hinchables. Ese mullido plástico que te
permite saltar sólo hasta donde puedes alcanzar, y si te caes, no importa,
puedes volverte a levantar sin ningún rasguño con la voluntad de volver a
superar tus saltos, que finalmente decaen en tan solo intentos.
Deja de llorar, ya que los corazones desechos no pueden llenarse.
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